El artista debe estar solo, terriblemente solo, con su
desesperación. Porque el hombre nace y muere solo, y con nadie puede compartir
su regocijo o su angustia”, escribió Ramón Lacay Polanco en la novela En su
niebla (1950) y así moriría: terriblemente solo, con su desesperación.
Lacay Polanco en 1947 |
Estudios
Cursó su educación elemental y secundaria en Santo Domingo y se convirtió en taquígrafo lo que le sirvió para trabajar en la Cámara de Diputados. Comenzó sin graduarse la carrera de filosofía y letras en la Universidad de Santo Domingo.
Éste nunca viviría con ellos e incumpliría su responsabilidad paterna, razón por la cual Ramón Lacay Polanco no lo mencionaría y se relacionaría muy poco con sus hermanos de padre. De ellos, el más conocido sería José Miguel, progenitor del cantante José Lacay y experto nadador que ante multitudes se lanzaba al mar, frente al obelisco, y emergía a un kilómetro, en la playa de Güibia. En 1949, José Miguel se ahogó junto a Tulio pata de vaca intentando salvar a los tripulantes de la goleta Puerto Plata, zozobrada cerca del obelisco por efecto de un mar de leva. Ramón Lacay Polanco, con más impresión que dolor, siempre hablaba de este hecho.
Pese a las adversidades del medio social, Ramón (o Momón
como les llamaban sus amigos íntimos) completó los cursos escolares elementales
y se convirtió en experto taquígrafo y luego, de forma autodidacta, en
excelente periodista. Como taquígrafo trabajó en la Cámara de Diputados, y robándole
horas a su labor, devoraba libros y escribía poesías y cuentos. A través de
estos demostró poseer una imaginación natural y una gran agilidad como
fabulador. Estas cualidades las pondría en práctica siendo el escritor de las
novelas radiales “El suceso de hoy”.
Gracias a la cultura adquirida pudo relacionarse con Manuel
Arturo Peña Batlle, el más destacado pensador de la Era de Trujillo, y llegar
incluso a ser su ayudante desinteresado en el trabajo intelectual y en su
biblioteca. Algunos afirman, erróneamente, que Momón era secretario de Peña
Batlle, siéndolo en verdad Héctor Pérez Reyes.
1958. Mercedes Polanco junto a su hijo
Lacay Polanco, con un gato entre sus brazos |
1962. Lacay Polanco postrado
en el suelo, frente al parque Independencia, cuando era golpeado con una cadena por un integrante de la turba |
En el año 1949, Momón publicó su primera obra literaria
seria: La mujer de agua. Al momento de su edición los escenarios rurales,
siguiendo las normas de Bosch (Camino real (1933) y La mañosa (1936)), eran los
preferidos de los fabuladores criollos. Pero Lacay Polanco cambió de esquema y
ubicó La mujer de agua en un ambiente mítico, existente solo en la imaginación
del autor. El personaje central es Mabel, mujer que simboliza un amor imposible
y transparente desconocido por el narrador.
Para nosotros, sin embargo, La mujer de agua, de solo 80
páginas, no es una novela, pues carece de los elementos esenciales de ella como
argumento, intriga, trama, desarrollo de la historia, etc. Es más bien la
narración de un idilio escrito en prosa poética que resume el fracaso de la
vida romántica de Momón. (Sus amigos de infancia le vieron por primera y única
vez con una mujer después del ajusticiamiento de Trujillo).
Desde antes de la publicación de La mujer de agua, Lacay
Polanco bebía aguardiente en exceso y se le empezaba a desarrollar otro defecto
que le causaría múltiples dificultades: la petulancia. A él le encantaba hacer
gala de su erudición, y con vehemencia, mirándolos con desprecio, humillaba a
los iletrados y a los adversarios.
A los veintiseis años publicó su segunda obra narrativa, la
mencionada En su niebla, sin duda su mejor texto. En él vuelve a utilizar una
prosa poética. Para Marcio Veloz Maggiolo, quizás una de las personalidades que
más influyó en Momón y en su apego a la literatura de corte poético y
placentero fue el exiliado español Baltazar Miró, quien además lo inició en los
poemas de Alberti y en los rosales de Emilio Prados.
En su niebla es una novela urbana, autobiográfica que, como
Manhattan transfer, de John Dos Passos, contiene historias independientes.
Lacay Polanco vuelve a reflejar su fracasada vida romántica incluyendo en las
historias a su idilio, Mabel, y agregando a otro: Verna, pero aclara (p.26) que
ninguna de las dos son ciertas. La novela está ambientada en su mayor parte en
Ciudad Trujillo, y paradójicamente, siendo el autor un simpatizante de la
dictadura, la describe como una urbe decadente, envuelta en una niebla, llena
de barriadas pobres, de prostíbulos, de billares, chulos, vagabundos,
brecheros, vividores y cueros de cortina. Esta descripción no le causó el más
mínimo problema, lo que demuestra que el régimen concedía cierto grado de
libertad creadora a los escribidores, siempre y cuando no fueran conspiradores.
Otro detalle importante de la obra es la utilización del
recurso de mudas espaciales o cambio del punto de vista. Esto se manifiesta
cuando el autor narra, pasando sutilmente de la primera persona a la tercera
(págs.112-119), el enfrentamiento por celos entre las putas La China y Provi y
la posterior entrega de Provi a Rudy, el vividor o Chulo. Como la narración es
técnicamente correcta, seguro leyó a Ulises, de Joyce y a Mientras agonizo, de
Faulkner, máximos exponentes del recurso en esos años. El autor también utilizó
la técnica de la memoria afectiva, llevada a la perfección por Marcel Proust en
la obra En busca del tiempo perdido. Momón, por medio a Ernesto Lasalle,
narrador-personaje principal de la obra, en su miserable habitación cobija sus
migajas de recuerdos, sus despojos de hombre proyectado en diferentes planos, y
premonitoriamente observa su muerte, su pobre cuerpo lívido, callado. “Me verán
acostado’’, predice, “`y pensarán que estoy borracho’’. Y cree: “como serví a
mi (…) generación con buena voluntad y sincero cariño, el concejo edilicio aportará
el féretro’’. Finalmente, otro recurso utilizado, muy novedoso para la época,
fue la transcripción en la novela de pasajes de su libro inédito Contraluz, el
cual, según él, ahora no vale nada.
En su niebla fue la novela más moderna escrita en la Era de Trujillo
y no superó en calidad a Over, de Marrero Aristy ni a La mañosa, de Juan Bosch,
las dos mejores, porque Lacay Polanco le quitó vida, interés, emoción,
esperanza y dinamismo al contenido, llenándolo con su historia muerta,
depresiva, derrotada, alcohólica, bohemia y cabaretera, historia por la cual la
crítica literaria ubica la novela dentro de la corriente existencialista de
Sartre.
En 1956, Pedro René Contín Aybar en un artículo publicado en
El Caribe consideró a Momón como un escritor solitario, colaborador de diarios
y revistas. “No fue de los privilegiados de La poesía sorprendida, publicó
raramente en los liberales Cuadernos Dominicanos de Cultura. Personalmente se
le reconoce inteligente, pero su agudeza crítica no le conquista mucho el aprecio’’.
Y afirma: “Lacay escribe bien (…) cultiva el soneto con elegancia y modernidad.
Es buen periodista’’.
Con alivio, Momón leyó estos comentarios, pues significaban
la ansiada bendición del temido dueño de la crítica del mundillo intelectual de
la Era.
Por otro lado, aunque adquirió más prestigio literario no
fue llamado a formar parte del aparato burocrático del gobierno como su amigo
Ramón Marrero Aristy, debido a su vida licenciosa y a su inexistente magnetismo
político. La dictadura lo situó junto a los intelectuales colaboradores de
Petán Trujillo en La Voz Dominicana, donde estrechó sus vínculos con Freddy
Miller y con el poeta Héctor J. Díaz (evocaría esta amistad hasta el mismo día
de su muerte) y como agente cultural fronterizo lo envió al Sur. Producto de
esta experiencia publicó en 1958 su primer libro de cuentos, Punto sur. En él
demostró tener un conocimiento cabal de las tradiciones, geografía y folklor de
esas regiones. De los trece cuentos del texto, siete los ambientó en la
ruralidad del Sur, y seis en la ciudad capital. Los del Sur son más intensos, y
sus temas, más afines con las creencias populares de entonces. Los titulados El
bacá y La bruja serían los más antologados. El libro no impactó con la fuerza
debida porque coincidió con la publicación por parte de Virgilio Díaz Grullón,
de Un día cualquiera, clásico de la ficción breve dominicana, ganadora del
Premio Nacional de Literatura de ese año.
Los cuentos de Virgilio Díaz Grullón son urbanos, por lo
cual Juan Bosch afirmaría, ignorando las obras de Lacay Polanco, que iniciaban
la literatura urbana en la narrativa dominicana. Naturalmente, el iniciador fue
Lacay Polanco, quien superó un regionalismo prácticamente en vías de extinción
en Hispanoamérica. Es posible que Bosch lo haya ignorado deliberadamente porque
además de que eran enemigos políticos, Momón dedicaba parte de su tiempo a
desacreditarlo (dicen que un día, en los años 70, hasta lo desafió a quien
primero terminara un cuento) y parodiaría al autor de La mañosa en un relato llamado
El presidente indiferente.
Mientras tanto, el final de la dictadura se acercaba, sobre
todo luego del triunfo de la Revolución Cubana y de su posterior apoyo, en el
mes de junio de 1959, a la fallida expedición de Constanza, Maimón y Estero
Hondo. Lacay Polanco, muy ajeno a estos acontecimientos históricos, dos meses
después de la irrupción expedicionaria publicó su tercera obra narrativa, El
hombre de piedra. En unas palabras introductorias al libro, aclaró que el texto
resumía la vida dominicana antes del año 1930, “pero aquella etapa tumultuosa,
llena de atropellos y angustias, ha desaparecido en esta Era de progreso que
vivimos”. Así evitó que sus enemigos dentro del gobierno, los del círculo de
cortesanos del Sátrapa, relacionaran al personaje principal de la novela,
Julián González, con Trujillo, pues ambos eran caudillos, ladrones,
criminales…y en el pasado, líderes de bandas de forajidos.
Con El hombre de piedra, Momón, que desde el inició de su
carrera literaria había superado el regionalismo anacrónico criollo, incursiona
en él con una clásica novela de la tierra. En ella utiliza un lenguaje llano,
no poético y los mismos recursos técnicos de la víspera. En el contenido de la
obra hay algunas omisiones históricas inexplicables, como por ejemplo en los
pasajes correspondientes al período de la ocupación militar de Estados Unidos
(se habla de la participación de los patriotas mal llamados gavilleros (p.68),
Vicente Evangelista, Tolete y Ramón Natera) no aparecen en el texto los marines
norteamericanos. Julián González, como todos los caudillos de las montoneras,
adquirió tierra y poder e hizo nombrar jueces, síndicos y alguaciles a base de
coraje y de lucha; mas, por ningún lado sobresale su partido o sus aliados
políticos. Pero como no se trataba de un ensayo histórico, estas omisiones no
afectaron la buena acogida que tuvo la obra en el público. Así lo demuestran
las impresiones de dos de los jóvenes promesas literarias de esos años: Rubén
Suro, quien consideró El hombre de piedra digno de los mejores galardones y
Marcio Veloz Maggiolo: superior a La mañosa y a Over en cuanto a los niveles de
técnica narrativa.
Tras la publicación de El hombre de piedra, la dictadura
promovió a Lacay Polanco a la jefatura de redacción del diario La Nación.
b) Su aporte a la vida de Fernando Casado
A Felipe Lahoz
En las postrimerías de la dictadura, Lacay Polanco y el
popular artista Fernando Casado fortalecieron sus lazos de amistad trabajando
en Radio Caribe. Estos lazos, sin embargo, se resquebrajaron en el transcurso
de los doce años de Balaguer porque Fernando Casado tuvo un tórrido romance con
una enamorada de Momón. La diferencia llegó a un extremo tal que los dos
hombres por poco se van a las manos en pleno Conde. Pero mientras laboraron en
Radio Caribe, el respeto y la admiración mutua se mantuvo intacta.
Una noche, el intermediario usado por Trujillo como
presidente de Radio Caribe, Martí Otero, invitó a Fernando Casado (o al
Magistrado como le decían popularmente) a una fiesta a celebrarse en una finca
cercana al restaurante El Pony, en el malecón. En el lugar, el Magistrado
conoció a Lucy, mujer hermosa de larga cabellera negra que siempre sonreía al
hablar. La atracción entre ambos fue intensa por lo que el romance se inició
casi de inmediato. Él se acostumbró a visitarla en su apartamento del tercer piso
de un edificio de la calle Santomé. Allá, entre tragos, besos y caricias,
Fernando Casado, como la mayoría de los jóvenes de la época, confiado, inocente
y sin malicias, hablaba hasta más no poder en contra de Trujillo y de su segura
caída. El terror imperante es inaguantable, el Jefe de Estado está loco, loco,
pues sólo a un loco se le ocurre atentar contra el presidente Betancourt de
Venezuela, prácticamente matar a golpes en las cárceles a los integrantes del
Movimiento Clandestino Catorce de Junio y profanar las iglesias.
Hace un tiempo, su colega y amigo Aníbal de Peña le pidió
tanto a él como a Arístides Incháustegui Reynoso, Rafael Solano y a Nini
Cáfaro, que se reunieran en la playa de Boca Chica. Ellos, aparentando bañarse
cerca de La Matica, muy atentos a los de la orilla, escucharon de labios de
Aníbal de Peña afirmar que era miembro de la resistencia clandestina y deseaba
formar una célula con ellos. “Contamos con la colaboración de un militar”, les
especificó. Esta aseveración alarmó a los otros, pues desconfiaban en extremo
de los militares, y determinó que, sintiendo una fuerte presión en sus pechos y
auscultando el agua por si aparecían peces espías de Trujillo, le respondieran
al unísono con un no rotundo. Aníbal de Peña desistió del propósito, y pocos
días después cayó prisionero y lo torturaron en la silla eléctrica de La 40.
Por fortuna luego lo liberaron, y cuando ellos fueron a verlo a su casa, aún
tenía heridas abiertas en la espalda torturada.
Una noche, el Magistrado dejó a Lucy más que sorprendida con
un nuevo comentario: una emisora venezolana se había hecho eco de la visita a
la embajada dominicana en México de Martí Otero, días antes del asesinato del
español José Almoina, antiguo secretario del Jefe, y estaban tratando de
relacionarlo. “Yo no creo que Otero fuera capaz de matar a nadie”, aseguró el
Magistrado. “Lo que sí pudiera ser es que lo hayan utilizado como transportador
del dinero a pagar por el servicio”.
El viernes de esa semana, Fernando Casado y su amante, junto
a una pareja amiga, tras tomar aguardiente desde temprano en el apartamento de
Lucy, decidieron seguir la farra en La Feria. Pero inesperadamente Lucy se
mostró celosa porque Fernando Casado no le quitaba la vista de encima a una
rubia hermosísima que, sentada en la primera planta del edificio frontal, por
igual no le quitaba la vista a él. Lucy, en voz alta, lo acusó de haber estado
saliendo con la muchacha. Él lo negó rotundamente. Aseguró que nunca había
visto a esa mujer. “¡Mentira!”, replicó Lucy, y despotricó contra su hombre
alzando más la voz.
Intentando calmarla, partieron hacia La Feria. Pero Lucy
entonces se tornó insoportable con sus celos, por lo que el Magistrado se vio
en la necesidad de suspender la farra y regresar con ella al apartamento. En la
habitación trató de que entrara en razón, mas ella, fuera de sí, reaccionó
atacándolo con un cuchillo de cocina. Él, impresionado, procuró salvarse
corriendo alrededor de la cama, sintiendo sus talones casi pisados por los pies
frenéticos de la mujer, quien le gritaba todas las frases insultantes que les
venían a la mente. El Magistrado, sin meditarlo cruzó la cama, levantó el
colchón y lo lanzó sobre Lucy. Ella cayó de espalda, y él le arrebato el
cuchillo y le dio…un par de bofetadas para que aprendiera a respetar a los
hombres, maldita loca de mierda, coño.-Hirviendo de coraje se marchó esperando
no volver a verla nunca más.
El domingo, ya aliviado, fue a trabajar a Radio Caribe. Como
tenía que cantar en el escenario, pensó subir al segundo piso a buscar los arreglos
de las canciones, pero lo interceptó Santiago Lamela Geler, editorialista de la
emisora, quien acababa de salir de la oficina de Johnny Abbes García, Jefe del
Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y verdadero comandante de la emisora.
“Fernando, ¿tú conoces a una mujer llamada Luz Mercedes?”, le preguntó con voz
grave. “No, eh… ¿Por qué me lo me preguntas?” “Porque esa mujer fue al SIM e
hizo que te levantaran un expediente de dos páginas”. El Magistrado pensó en
seguida en Lucy, de quien no sabía que su verdadero nombre era Luz Mercedes.
“Ah, esa debe ser Lucy”, acertó; “ella y yo tuvimos un problema, y por eso
seguro fue al SIM a tratar de hacerme daño. Pero no creo que le hagan
caso.”-Lamela Geler lo miró muy seriamente, y se marchó.
Fernando, dudoso, subió a la segunda planta, y mientras
buscaba los arreglos, por su mente, cual culebra sedienta y sigilosa, pasaban
cada uno de los momentos compartidos con Lucy, en especial el mar de
informaciones antitrujillistas que les había suministrado. “Si esa bendita
mujer se las contó al SIM, soy un hombre muerto”, se dijo disminuyendo su
equilibrio emocional. “Sí, sí, fue eso lo que le contó, de lo contrario Lamela
Geler no hubiese puesto una cara tan seria”.–Se le aflojaron las piernas,
cambió de color y perdió parte de la memoria. “Sí, sí fue eso…” .Cuando bajó al
escenario era un hombre fuera de su entorno. Cantó, y en vez de mirar al
público unánime, observó a Radhamés Trujillo sentado en un pequeño anfiteatro
adyacente. ¿Sería él en verdad? Entre la penumbra, la vista de Fernando
percibió la violenta del hijo menor del Sátrapa, entonces al artista se le
olvidaron las letras de la canción y ante la perplejidad de los músicos la
tarareó hasta terminarla. Pavoroso salió del escenario, y frente a la oficina
del jefe del SIM volvió a encontrarse con Lamela Geler. En esta ocasión el
editorialista le dijo, pasándole dos hojas: “Ahí te mandó el coronel Abbes
García”, y siguió su camino. Fernando las vio: era el expediente, el cual
contenía, en efecto, de forma resumida, el mar de informaciones
antitrujillistas que les había suministrado a Lucy. El mundo terminó de
derrumbarse sobre la cabeza de él.
Notó en el expediente que ella, confundida, en vez de
Almoina dijo que fue a Carmona a quien asesinaron en México. Quizás Johnny
Abbes le perdone la vida por eso. Mas no lo creía, y menos en estos momentos en
que Trujillo está asesinando gentes por causas inferiores al expediente. El
Magistrado, más que aterrado, pensó en la espalda torturada de Aníbal de Peña.
“A mí me pasará peor”, se dijo, “a mí me van a ahorcar en La 40”. Buscando un
consuelo le mostró el documento al director de la orquesta, el cubano Agustín
Mercier. “Mira lo que me han hecho,” le dijo temblándole la boca. Mercier sólo
leyó las siglas SIM y salió casi huyendo. Fernando, persistiendo, ahora se lo
enseñó al trompetista Armando Beltré, quien aparentó leerlo más, pero
igualmente, soltando los papeles como brasas de un fogón salió casi corriendo.
El Magistrado, sintiéndose desamparado, permaneció en el lugar hasta que de sus
amigos únicamente quedaron por pasar Nandy Rivas y Tito Saldaña. A ellos
también les mostró el expediente y les rogó que lo acompañaran porque no se
atrevía a irse solo. Ellos se solidarizaron con él sin imaginar, como ocurrió,
que a pocos metros de la salida se encontrarían con Johnny Abbes en persona,
vestido militarmente, de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus ojos
de Drácula homosexual clavados en la figura palideciente y desfallecida del
Magistrado. A éste se le detuvo el corazón. “Ya me agarraron”, se dijo bajando
la cabeza, y repentinamente, cuando la levantó, le entró una valentía espartana
y decidió vender cara su vida: si Johnny Abbes intenta asesinarlo, se matará
con él.
A Nandy Rivas y a Tito Saldaña les ordenó que continuaran –no quería
seguir exponiéndolos-, que él iba a esperar que todo el mundo saliera para
irse.–Y se sentó en el sofá del lobby. Johnny Abbes, por su parte, se acomodó
en un mostrador frontal, donde siguió observándolo maliciosamente. A veces asentía
con la cabeza como diciendo,
“coño, cualquiera te mata aquí mismo para que no
sigas hablando mierda”. Fernando, sosteniéndole la mirada, aguardaba la
embestida. A los veinte minutos, el artista se unió al último grupo saliente de
la emisora, y se dirigió al apartamento de Lucy con la intención de reclamarle,
cómo se atrevió a hacerle eso. Cada vez que sentía la presencia de un vehículo
en la calle, creyéndolo manejado por un calié, se escondía en el zaguán más
cercano. A Lucy no la encontró: se enteraría que hacía dos días se había ido de
ahí. Ciertamente no volverían a verse. Al día siguiente, él aún sin poder
dormir, llamó por teléfono a Martí Otero y le informó lo del expediente, en el
cual figuraba su nombre. “¡Cómo!”, se asombró, “pero Lucy tiene que estar
loca”. “Eso creo yo también”, replicó el Magistrado. “Pero no te preocupe mucho
por eso”, le aconsejó Martí, “pues anoche conversé con Johnny y Candito y
ninguno de los dos me refirió el asunto. Así que vete tranquilo para tu
trabajo”. Al fin Fernando respiró un poco aliviado. No obstante, solo
recobraría su paz interior en noviembre de 1961 tras los Trujillo verse
obligado a abandonar el país.
¿Por qué en realidad no lo mataron? ¿Qué fue en verdad lo
que pasó? Para responderse esas interrogantes, el Magistrado tuvo que esperar
más de diez años: luego de participar junto a la orquesta de Rafael Solano en
un evento artístico en el Hotel Lina, alcanzó a ver al poeta Lacay Polanco,
como siempre bien vestido con sombrero de fieltro, saco y corbata, que venía a
saludarlo. Fernando, enfadado aún con el escritor, le dio la espalda tratando
de impedir el encuentro. “Yo sé que tú estás bravo conmigo”, le manifestó el
poeta señalándolo, “pero yo te salvé la vida”. “Muchas gracias”, le dijo
incrédulo el Magistrado. “¿Tú recuerdas la denuncia que te hizo la mujer cuando
trabajábamos en Radio Caribe?” “Claro que sí”.–El poeta agregó que Johnny
Abbes, con el expediente de la denuncia entre sus manos, reunió en su oficina,
alrededor de una larga mesa, a los principales ejecutivos de la emisora (Lacay
Polanco llegó a ser subdirector de la misma), y después de leer el contenido
del documento, como en un circo romano, les ordenó que votaran con el pulgar
hacia abajo los que estaban de acuerdo con que Fernando Casado recibiera su
justo castigo por haber traicionado la confianza del Jefe y los que no, hacia
arriba. “¡Y ahí habían dos que no eran amigos tuyos!”, enfatizó el poeta.
“¿Quiénes eran?”, le preguntó ansioso el Magistrado. “Max Álvarez y Billy
Berroa, pues los dos votaron con el pulgar hacia abajo, contrario a Fidencio
Garris y a mí que los inclinamos hacia arriba. Los demás nos apoyaron. Por eso
no te mataron…” .Fernando quedó anonadado y sumamente sorprendido, pues nunca
imaginó esa reunión como el final de su drama. La diferencia entre Lacay
Polanco y él quedo zanjada en ese instante y en otro, le agradeció en el alma a
Fidencio Garris su solidaridad.
c)Los cadenazos de la Nouel y su desplome como novelista
Después del ajusticiamiento de Trujillo, Ramfis ordenó que
nombraran a Lacay Polanco director del diario La Nación en sustitución de Jaime
Lockward, quien pasaría a dirigir El Caribe. Este nuevo nombramiento del poeta
es un reconocimiento inoportuno a su labor trujillista porque el trujillismo
como fuerza política hegemonizante había muerto con el ajusticiamiento del
Tirano y por tanto a las actuales autoridades sólo les quedaban días en el
poder. Pero debido a su miopía política, Lacay Polanco en vez de ver esta
realidad, alardeó de su nuevo puesto y de sus vínculos con Ramfis, con un
Ramfis que había asesinado a los prisioneros de la expedición de Constanza,
Maimón y Estero Hondo, y mataría a los ajusticiadores de su padre. Los alardes
llamaron la atención de los líderes antitrujillistas que ya se encontraban en
el país, y cuando finalmente cayó el gobierno y comenzaron a perseguir a los
trujillistas, no lo hicieron contra el poeta porque lo consideraban con las
manos no manchadas de sangre.
Seguido pareció normalizarse la situación política del país,
Lacay Polanco volvió a visitar los cafés de El Conde y de La Zona Colonial,
continuando con su vida bohemia. Ahora también se le veía con su novia
Francisca Otilia Domínguez, “La China”, única mujer que amó públicamente. La
China tenía ocho hijos, de los cuales José Ulises Rutinel sería el preferido
del poeta por sus afinidades literarias y Tonty, el más admirado porque
llegaría a convertirse en un importante dirigente político.
La tarde del 4 de abril de 1962, mientras ingería sus
acostumbrados tragos en el restaurant de Meng, El Chino, frente al parque
Independencia, salió del local de su partido Vanguardia Revolucionaria
Dominicana, ubicado en la segunda planta del restaurant, Horacio Julio Ornes,
importante líder de la fracasada expedición antitrujillista de 1949 por la
bahía de Luperón, de Puerto Plata, y pasó frente a Lacay Polanco. Uno de los
contertulios lo vitoreó con un, “miren ahí donde va el Comandante”.
El poeta, enfadado con la frase, le voceó señalándolo:
“¡Cómo va a ser ese Comandante si ni siquiera policía de tráfico ha sido!”
Julio Ornes aparentó no hacerle caso y siguió caminando cabizbajo. En El Conde
contactó a Rafelito Bueno, principal cazacalié del país, y lo convenció de que
Lacay Polanco era de los ex agentes del SIM, muy amigo de Ramfis, que todavía
no había recibido su merecido. “Él está ahora ahí, en el restaurant de Meng, El
Chino”.
Aunque ya Rafelito Bueno y su colaborador Guillén no se
dedicaban a esa tarea, en menos de una hora reunieron una turba de autómatas y
le montaron guardia al poeta en el parque Independencia. Lacay Polanco, hombre
incapaz de hacerle daño a su prójimo, cantor del amor y la soledad, salvador de
la vida de Fernando Casado, salió a las cuatro y cuarenta y cinco del
restaurant. Al pisar la Nouel la turba lo atacó con furia, y Guillén, con una
cadena de hierro bordeaba de pequeños candados, le dislocó el cuello al tiempo
que le gritaba ¡Calié de la mierda! El poeta tirado en el suelo, impotente,
humillado, con su rostro ensangrentado, reclamó que no era un calié. Así lo
captaron las cámaras de la prensa local que lo mostrarían al mundo. En cuestión
de minutos la turba creció de forma asombrosa, pero gracias a la rápida
intervención de la policía, el poeta no fue linchado como un vulgar
delincuente. Incluso, cuando la uniformada obligó a un chofer a protegerlo
introduciéndolo en el carro, una enorme piedra lo impactó en la espalda. Al día
siguiente, el país se enteró, indignado, de la noticia, y Emilio Ornes, sin
duda sabiendo que su hermano fue el causante de la injusta golpiza, en el
editorial del 6 de abril de su diario El Caribe, la repudió. Los Tribunales
están ahí, tituló el escrito, y añadió que tanto el gobierno como los partidos
políticos y las instituciones cívicas deben dedicar todas sus energías a
combatir las agresiones personales que con tanta frecuencia se están sucediendo
en la República. “Quien tenga la queja contra uno de los llamados personeros de
la tiranía, tiene las puertas abiertas de los tribunales”.
La agresión, para Lacay Polanco, significó la ruina de su
vida y por ende la de su futuro como novelista porque fue incapaz de
sobreponerse al hecho de haber sido un personaje de la Era y luego verse
maltratado como un ladrón. Se trató de una injusticia demasiado cruel,
escribiría Tony Raful. No bastó el cariño de sus amigos, de sus hermanos los
poetas, ni siquiera que sus perseguidores lo abrazaran después; nada pudo
hacerlo cambiar ese sino trágico de la golpiza.
Aún con el ardor en el cuello de los cadenazos de Guillén,
acompañado de La China, emigró a Panamá, luego a Colombia, donde se encontró
con su íntimo amigo, también exiliado voluntario, Aliro Paulino. Después,
huyéndole al frío colombiano se trasladaron a Venezuela, donde instalaron una
pequeña pensión. Empero una compueblana del Cibao, para no pagarle la renta,
los denunció ante las autoridades como indocumentados. La policía los apresó, y
gracias al exiliado antitrujillista y admirador literario de Lacay Polanco,
Julio César Martínez, quien a su vez fue ayudado por el gran escritor venezolano
Miguel Otero Silva, el poeta y La China fueron liberados. Entonces viajaron a
Nueva York. En esta ciudad, Lacay Polanco tuvo un pequeño respiro y escribió el
libro de poemas titulado Una calle de sangre (recuerdo de un dominicano en
Brooklyn-EUA), que contiene trece trabajos. A través de ellos, el autor
contempla la calle Chester Street “llena de sangre”. En la introducción aclara
que la obra fue concebida a raíz de la marcha en pro de los derechos civiles
celebrada en Washington por el reverendo Martín Luther King junto a más de
doscientos mil de sus partidarios.
Aliro Paulino, en 1966, ya como jefe de prensa del Palacio
Nacional del nuevo gobierno presidido por Balaguer, hizo regresar de Nueva York
a Lacay Polanco y a su compañera. El poeta empezó a laborar como editorialista
de La Voz Dominicana. Paradójicamente la vuelta al poder de sus amigos
trujillistas, gracias a la intervención militar de Estados Unidos en 1965,
hundiría más en la frustración y en la miseria al poeta porque los partidarios
del Jefe, empezando por Balaguer, se negarían a tenerlo cerca por alcohólico,
petulante e imperativo. Lo ayudarían sí, dándole limosnas y trabajos poco
remunerativo, mas un puesto a la altura de sus conocimientos y de su nivel
cultural, jamás.
Los jóvenes escritores, en su mayoría marxistas, también lo
rechazaban porque lo consideraban un reaccionario del clan de Ramfis, y la
élite cultural, por igual, lo despreciaba pero por ser un símbolo de la
parianidad de la calle El Conde. Por todos estos motivos sus triunfos no eran
aclamados como sucedió en 1965, cuando ganó el primer premio del Concurso
Internacional de Cuentos Hispanoamericanos auspiciado por Prensa Literaria de
Puerto Rico, con La diabla del mar, inspirado en la misteriosa desaparición de
su amigo Freddy Miller. (Hoy se sabe que fue asesinado por la aviación de la
tiranía, junto a sus acompañantes en el bote, la novia, una tía y dos sobrinos
de ella,
porque tomando tragos, Freddy Millar despotricaba contra Trujillo
hasta más no poder). En la historia, Miller es Guillermo, pescador exitoso a
pesar de tener al mar de enemigo. Una mañana sobrevive milagrosamente a un mar
de leva, no así sus compañeros de faena. Un día, el mar, imitando a Dios,
tratando de vencer a Guillermo le presentó a Julia, la diabla del mar. (Julia
simboliza la novia que desapareció junto a Miller). Guillermo se enamoró
locamente de ella, y “la pasión se tendió como un puente entre sus frenéticos
corazones”. Ella se lo llevó a pasear en bote, y los pescadores los vieron
alejarse. Pasaron días, semanas… y las esperanzas se esfumaron. De ellos no se
supo más.
Este cuento lo incluyó en su próximo libro publicado en 1966
con el título No todo está perdido. El texto, de 121 páginas, refleja en parte
el realismo de su antigua vida rural.
Momón obtendría otros reconocimientos, como el de 1967,
tercera mención honorífica en los Segundos Juegos Florales Antillanos de Puerto
Rico por su poema Cita con un recuerdo. En ese certamen, el cubano Carlos
Alberto Montaner, haciendo sus pinitos como escritor, ganó el segundo premio y
de mención honorífica en cuentos. En 1971, Lacay Polanco recibió una mención de
honor igualmente en poesía en el certamen literario del Círculo de Escritores y
Poetas en los Juegos Florales Hispano-dominicanos de la Casa de España de
República Dominicana.
En 1978 volvió a publicar una novela, El extraño caso de
Camelia Torres. Este libro representa su involución narrativa, su deterioro
imaginativo tras la golpiza de la Nouel. El extraño caso de Camelia Torres es
una novela light, de apenas 54 páginas, narrada en primera persona. Camelia
Torres es el mismo Lacay Polanco, amante de la poesía, fracasada en el amor e
incapaz de sobreponerse a las adversidades. Ella termina suicidándose.
Su última obra la publicaría en 1980 con un título muy
especificador del contenido de los versos: Canto a la América auténtica. Como
buen discípulo de Peña Batlle, en los poemas resalta nuestras raíces hispánicas
olvidando las de África, cuyos hijos, los haitianos, nos gobernaron por más de
veinte años.
d) Su lento suicidio
Después que le propinaron la golpiza, Lacay Polanco se
mantenía diciendo que Guillén tenía que pagársela, que Guillén tenía que
pagársela, que le había echado atrás unos espíritus malos, unos espíritus
vengadores que le harían pagar todo el daño que le había causado. Y cuando la
policía balaguerista lo asesinó a palos dentro de la cárcel de La Victoria por
sus acciones revolucionarias, entonces el poeta clamaba contento: “Ve, como lo
maté”. Es posible que debido a estos poderes, que por efecto de sus
conocimientos metafísicos Lacay Polanco creía poseer, cuatro años después de su
muerte, Tony Raful lo viera físicamente más elegante y sobrio que jamás en la
calle Padre Billini…
Por otra parte, al estar consciente de su talento como
escritor y de su capacidad cultural y verse rechazado por la sociedad, la cual
lo obligaba a mendigar para sobrevivir, convirtió a Lacay Polanco en un ser
deprimido y amargado, que atrapado en su derrota bebía a cada momento y en cada
lugar. En las tertulias de los cafés, creyéndose dueño de la verdad, no dejaba
hablar a los demás, al tiempo que maldecía a todo el mundo. A causa de este
comportamiento se fue quedando solo. Hasta La China tuvo que dejarlo.
Acosado por su situación, ya sin recursos, alquiló una habitación
en la calle 30 de Marzo, donde decidió morirse. Como era un ser prácticamente
sin familia (su madre hacía años que había muerto) no le fue difícil lograrlo.
Inicialmente lo atacó la cirrosis hepática debido al excesivo consumo de
alcohol y luego la artritis crónica a causa de la ausencia de ácidos gráseos en
el cuerpo.
El progreso de estas enfermedades le producía menos dolor en
el vientre que en los pies y las piernas, las que se les hincharon de tal forma
que parecían globos y le impedían subir los contenes. Había días que al perder
la elasticidad de los huesos se le paralizaba el cuerpo y los dolores se
tornaban inaguantables. Entonces llamaba a la muerte, “ven, ya, date rápido,
por el amor de Dios”.
El primero en darse cuenta de su lamentable situación fue
Aliro Paulino, quien tratando de alertar al país escribió un artículo titulado
Lacay Polanco se está muriendo a plazo, y a seguidas se presentó en la
habitación y se ofreció a ayudarlo, a llevarlo a un hospital. El poeta se negó
rotundamente a salir de su enclaustramiento. Aseguró: “Cuando uno se está
muriendo y yo lo estoy desde hace rato, no se puede llevar a un hospital. Uno
se muere entre lo que le gusta, entre periódicos viejos”.
El segundo fue el poeta Víctor Villegas que se presentó en
la habitación acompañado del laureado escritor Cándido Gerón, a la sazón
director de la Biblioteca Nacional. Lo que encontraron les causó asombro y
lástima: en el cuarto semi oscuro las materias fecales, los libros deshojados,
el polvo suspendido y los periódicos viejos atiborraban el piso, y en una
esquina, de la silueta del poeta, vuelta un etcétera, sobresalían las piernas y
los pies a punto de explotar a causa de la hinchazón. Lo mismo que Aliro, se
ofrecieron a ayudarlo, e igualmente él no aceptó. En cambio le apretó las manos
a Cándido Gerón mirándolo fijamente, y exclamó: “La muerte está ya bien cerca y
mamá me está esperando. De ninguna manera puedo tardarme.-E inclinó el rostro y
observó la nada hablándole a su madre, Mercedes, Mercedes, sé que estás ahí, no
te desesperes que ya voy.-Y volviendo el rostro hacia Cándido añadió con voz
moribunda-:“Yo no tengo a nadie en esta tierra. Qué hago yo viviendo en ella si
nadie me quiere, dime: ¿qué hago yo viviendo en ella?”
Tanto Cándido como Víctor comprendieron que la angustia
agónica, dramática y maldita de Lacay Polanco no tenía regreso, y así fue: el
domingo 6 de julio de 1985 murió solo, producto de la cirrosis hepática.
Ese día cumplía años Marianela Fernández, esposa de Aliro
Paulino, y todas las flores que le mandaron, Aliro se las llevó al velatorio de
Lacay Polanco, celebrado en la calle Diecisiete. Así le rindió el único
reconocimiento que recibió el día de su fallecimiento.
Sin embargo, como afirmó él en El extraño caso de Camelia
Torres, “cuando se es artista verdadero el reconocimiento llega más tarde o más
temprano, pero llega siempre”, y en efecto, él lo ha estado recibiendo año tras
año, pues sus cuentos los incluyen en todas las antologías y en 1986, la
Biblioteca Nacional editó sus sonetos con el título Rosa de soledad, prologada
por su compañero de bohemia e infortunio Antonio Fernández Spencer, y el más
grande narrador del siglo XX, Mario Vargas Llosa,
afirmó que Lacay Polanco es
un ágil novelista que sabe impregnar sus narraciones de un aire de misterio
donde la desgana de vivir y la embriaguez permanente de una vida desolada,
mantiene a los personajes continuamente inmersos en un mundo de fantasías; y en
1993, la Sociedad Dominicana de Bibliófilos publicó en un solo volumen sus
novelas En su niebla y El hombre de piedra y cuatro de sus mejores cuentos: La
endemoniada, Fiebre, La diabla del mar y El enemigo. En la introducción Marcio
Veloz Maggiolo afirmó que Ramón Lacay Polanco ha sido uno de los más
consistentes, sobrios y completos narradores de la literatura dominicana y
artífice del soneto, poseedor de algunos de los más relevantes…
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