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miércoles, 10 de agosto de 2016

323 a. C — Muere Alejandro Magno

Nacido en 356 a.C., Alejandro Magno sucedió en 336 a.C. a su padre en el trono de Macedonia, región del norte de Grecia. Éstas son fechas importantes, al igual que los años de sus victorias, como la que logró en 334 a.C. contra el rey persa Darlo 111. Pero el año de la temprana muerte del conquistador — 334 a.C. — es la fecha más digna de recordar.
Si Alejandro no hubiera muerto, sus conquistas habrían continuado. Era demasiado ambicioso para detenerse. Una fiebre perniciosa, probablemente malaria, puso fin a su ímpetu guerrero.
Su muerte dio también paso a una época notable, en la cual sus generales se convirtieron en reyes y fundaron dinastías en lugares tales como Macedonia, Persia y Egipto. En ese país, Tolomeo, general de Alejandro, fundó una dinastía que permaneció hasta que el romano Augusto venció a la reina Cleopatra en el año 30 a.C.
BUCÉFALO Y SU SOMBRA: 
Cuando aún era un niño, Alejandro, hijo del rey de Macedonia -una nación del mar Egeo- recibió como regalo un brioso corcel. De inmediato se encomendó a los esclavos dé la caballeriza que domaran al arisco caballo para que el joven lo montara. Alejandro, por supuesto, presenciólos trabajos desde el principio, y observó, maravillado, que Bucéfalo, como lo había bautizado, arrojaba por los aires a cuanto domador se sentaba sobre su lomo. Varios días se repitió la escena, siempre ante la presencia de Alejandro. Por último, el joven saltó el resguardo de madera y se dirigió a los esclavos ordenándoles que lo dejaran solo con el caballo. Ante el asombro de todos lo tomó de las bridas doblándole la cabeza hacia el sol. 
De inmediato lo montó sin estribos y contra lo que se esperaba, acalló los ánimos de la bestia que se rindió después de dar algunos corcovos. Filipo, su padre, que había presenciado ocasionalmente la proeza, se le acercó maravillado preguntándole cómo lo había conseguido. -Muy sencillo -respondió el muchacho-; me di cuenta de que Bucéfalo temía a su propia sombra, por lo que, para domarlo, había que impedir que la viera.

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